San Juanito

Aquella tarde los miras extrañamente sonrientes. El Mientras canturrea boleros al tiempo que raspa el guano de los farallones. El Panteón les habla a las gaviotas, que le contestan con los graznidos ensordecedores de siempre. Ocelote intenta atraparlas a mano limpia. Te acercas al Mientras como si nada y te sientas a su lado.

—Te estás preguntando por qué andamos de buenas.

Te haces el desentendido mientras ves a Ocelote acechar a un ave atontada con las letanías del Panteón, saltarle por detrás, agarrarla por el cuello, ponérsela bajo el brazo y quedárseles mirando.

—Mañana es el gran día. Nos largamos.

Tienes que haber hecho algún gesto de alarma, porque Ocelote comienza a caminar hacia ustedes.

—No te preocupes, tú no tienes que hacer nada.

De alguna manera no te convence. Recuerdas el tren y los disparos secos de los fusiles, casi inmediatamente el otro ruido, perceptible apenas, de los cuerpos desplomándose en su carrera. Ley fuga. Sabes que cualquier tentativa es suficiente. Sabes también que cualquier tentativa es inútil. Ocelote llega a su lado. Toma a la gaviota con las dos manos.

—Mirá, cashlan: estás en la lancha, estás en la fuga.

Le rompe el cuello.

Compartir:

Escríbeme

Salúdame, pídeme cosas que no te voy a cumplir. Lo que sea.

hugo@hugolabravo.com